Foto, hipocresía y hambre

Fotografía de Niño sudanés de Kevin Carter  Publicada el 26 de marzo de 1993 en The New York Times

Esta famosa fotografía vio la luz por primera vez el 26 de marzo de 1993 en «The New York Times». Fue tomada por el fotógrafo «Kevin Carter» ese mismo año a un niña de sudan.  Con ella ganó el premio Pulitzer

La foto no es lo que aparenta, a pesar de que los actores son reales y el niño que aparece en la imagen está famélico, no refleja la realidad de lo que estaba sucediendo allí en aquel preciso momento. Digamos que es un montaje visual con mucha fuerza y que, al fin y al cabo, hace lo que tiene que hacer una obra de arte: despertar sentimientos. Es una obra de arte que arrastra una historia de muerte, mentiras e hipocresía.

Cuando esta foto vio la luz, todo el mundo se llevó las manos a la cabeza y se preguntaba cómo el fotógrafo podía haber tomado esa foto sin hacer nada por esa criatura desvalida y famélica que claramente iba a morir y ser devorada por un buitre que la acechaba, esperando una oportunidad para atacarla.

Paradójicamente, quien plasmó ese instante se fue de este mundo antes que la criatura moribunda que había fotografiado. Kevin Carter se suicidó al año siguiente, tenía 33 años. «Se creó una leyenda en torno a su muerte, achacándola a la maldita foto que le había dado la fama y tantas críticas le había deparado». Pero, como ocurre en la mayoría de los casos, la realidad y la verdad eran otras. La niña se fue de este mundo 14 años después de ser inmortalizado con el buitre a sus espaldas.

Aparte de la fotografía y su historia, que tiene mucho que contar y ha generado ríos de tinta sobre ella y su autor, si fue un montaje o no, o si el buitre estaba a 20 metros de la niña y no encima, como da a entender la fotografía, es lo de menos. Independientemente de esto, la niña protagonista de la fotografía; está en los huesos, señal inequívoca de que apenas probaba alimento, o no lo probaba en absoluto. 

Sin duda la fotografía es una obra de arte; al verla resulta tan impactante que duelen los ojos al mirarla. Sintetiza el dolor, la miseria del ser humano y hace que te preguntes cosas. Si a nosotros nos duele, ¿te imaginas a quienes lo viven en primera persona? Nuestro primer pensamiento al verla es de empatía, solidaridad total y de rabia, quizás porque somos tan egoístas que nos vemos reflejados en esa situación; a nuestros hijos, a nuestras familias. Pero esa sensación dura apenas unos segundos, e inmediatamente volvemos a nuestra realidad. Preferimos mirar hacia otro lado e ignorar la realidad que nos rodea. Es como barrer la casa y guardar la suciedad debajo de la alfombra. Todo parece perfecto, pero en nuestro interior sabemos que no es así. En algún lugar, están nuestras miserias ocultas, y todo para seguir viviendo en nuestro fantástico mundo. Si nos atreviésemos a abrimos los ojos, nos daríamos cuenta de que este mundo no es real. 

Me incluyo en esto, porque soy como tú, con mis miedos y necesidades para poder estar en el «Club de los Elegidos» y no ser un fracasado, un perdedor, un marginado, un don nadie.

Despertemos de una vez nuestra conciencia. Mientras nosotros nos divertimos aquí, hay millones de seres humanos con las mismas necesidades vitales que tú y yo, que pasan hambre, que sufren la guerra en sus carnes, que sufren la injusticia o que la sociedad margina. Los hay en todas partes del planeta, en las zonas pobres y también en las ricas. Están a la vuelta de la esquina de nuestras casas. Son los hijos de un Dios menor, son los que están fuera del «Club de los Elegidos».

Ciertamente, unos son más responsables que otros y deberían rendir cuentas. Pero la verdad sea dicha, si estamos buscando culpables, solo deberíamos mirarnos al espejo. Cada uno de nosotros, unos más que otros, tiene suficiente con lo suyo y con poder sobrevivir. Aun así, de una manera u otra, colaboramos con el consumo, el derroche desmedido y la falta de respeto al medio ambiente. También colaboramos con la educación de abundancia que damos a nuestros hijos, sin enseñarles el respeto y el valor de las cosas más simples y cotidianas para nosotros, que para otros ni existen o son artículos de lujo.

Muchos no pueden comer ni una vez al día, ni en semanas. No tienen agua potable, no pueden beber, ni lavarse, ni calzado para cubrir sus pies, ni ropa para cubrir su cuerpo, ni sanidad, ni higiene, ni intimidad, ni dignidad, ni derechos, ni justicia. No pueden tener un nacimiento digno ni siquiera una muerte digna. No tienen nada.

Cada uno de nosotros puede hacer algo para que el mundo cambie. El que vive holgadamente puede aportar dinero, pero para lo más importante no hace falta dinero. Hace falta un cambio de actitud, de respeto y, sobre todo, un despertar de la conciencia.

No creo en ninguna religión. Es más, pido a quienes creen en un Dios supremo protector que le pregunten por qué consiente que ocurra esto y otras desgracias. ¿Es que estos no son hijos suyos? 

Hablando de Dios y por asociación la religión católica, me viene a la mente una frase de «Juan El Bautista», que sintetiza el problema y la solución de esta sociedad. Dice así:  «Si no cambian los hombres, no cambian los reinos.»


Gordon Pym